Cada vez son más los estudios que nos hablan de los beneficios de la naturaleza sobre la salud y el equilibrio de las personas. Un caso paradigmático lo encontramos en el impacto positivo que genera el contacto con la naturaleza en los niños, sobre todo en aquellos que viven en ambientes muy urbanos.
De la misma manera está más que demostrada la influencia positiva en nuestro bienestar (especialmente en la salud mental) de la presencia del arbolado en los pueblos y ciudades.
Recientemente no sorprendía una noticia, en la que se afirma que en Escocia los médicos «recetan naturaleza». Parece algo descabellado, o al menos un poco extravagante, pero tiene todo el sentido.
Desde Naturaliste estamos ampliando nuestra oferta de actividades de naturaleza y agroturismo para dar cabida a otras nuevas, centradas en los beneficios de la naturaleza (a través del contacto con ella) sobre nuestra salud, así como en aprender a contemplar el paisaje, a mirarlo con “otros ojos”, para disfrutar de él con los cinco sentidos. Por eso recientemente hemos añadido a nuestro catalogo los baños de bosque.
Esta propuesta surge a raíz de lo que hemos observado, sobre todo cuando nos visitan familias con niños, al realizar ciertas actividades al aire libre (especialmente pastor por un día y naturaleza en familia). En ese caso los animales domésticos y los más pequeños interactúan de una forma absolutamente espontánea, a la vez que se construyen sensaciones nuevas. También intentamos aplicar estas prácticas y conocimientos en las rutas interpretativas, concebidas precisamente para entender qué pasa ahí fuera.
En relación a este nuevo campo de trabajo (para nosotros), una de nuestras colaboradoras nos ha regalado este estupendo texto sobre su experiencia en la contemplación de la naturaleza y el paisaje que ahora compartimos con vosotros:
Con los cinco sentidos; date tiempo
[Todo esto que expreso lo aprendí a través de Joaquín Araujo y ahora lo experimento con gran placer a través del paisaje. Espero que, como a mí, os sirva para aprender a vivir cualquier momento presente].
Un día, cuando llegué a casa después de un paseo a través del paisaje, me pregunté ¿qué es lo que me ha proporcionado este paseo? ¿Aprendí algo nuevo? Quizá sí. ¿Contemplé? ¿Observé y me sentí observada? ¿Hubo pasión en mi caminar…? No, porque caminé solo porque me contaron que es bueno caminar, llenarme de oxígeno; pero entonces… ¿qué fue de mis cinco sentidos en ese paseo? Si no vi, olí, escuché, probé o sentí algo en mi piel ¿podía decir que había estado en el paisaje? No, porque en mi caminar apresurado no conseguí eliminar el continuo rosario de pensamientos que no es sino un monólogo mental interminable que me transporta ora al pasado ora al futuro, eliminando el aquí y el ahora.
Me sentí inquieta por haber desaprovechado estúpidamente el gran regalo que el paisaje me ofrecía en aquel precioso momento. Más tarde, a través de Raúl Vacas, en Rodasviejas (Salamanca), tuve la suerte de conocer y leer al sorprendente naturalista Joaquín Araujo y su libro El placer de contemplar. Con él aprendí que, efectivamente, es obligado transitar un paisaje con los cinco sentidos alerta y con la seguridad de que la continuidad del mundo depende de cómo lo contemplemos. Esto último me conmocionó y decidí aprender con él sobre nosotros, sobre Natura, los sonidos, las aves, las plantas y, sobre todo, a “vivir el momento” con los cinco sentidos.
Alguien dijo que en la carrera de la filosofía solo gana aquel que puede correr más despacio, o aquel que alcanza el último la meta. Esto mismo ocurre cuando se trata de descubrir todo lo que el paisaje nos ofrece. Cuando contemplamos con calma, el tiempo se disuelve y entonces aprendes diez veces más que buscando y cien más que persiguiendo; pero contemplar no es fácil, pues requiere del esfuerzo de vivir el momento con los cinco sentidos y no estamos acostumbrados a eso.
Y es cierto que, cuando a la velocidad y al ruido oponemos el silencio de la contemplación serena, se produce el prodigio de que la inmensidad del paisaje se refugia en nuestros ojos porque se hace cierto que lo mirado nos mira y entonces, tanto el color de la hoja verde observada, el paso del agua cristalina, el vuelo del ave, la pradera, la curva de la suave colina, el viento en nuestra piel, tocar el tronco del árbol, escuchar la lluvia y el deshielo o pisar la hojarasca, todo, hasta el paisaje entero se hace uno con nosotros y descubrimos que no estamos solos porque somos parte del Todo. Y si no sentimos que lo mirado nos mira, es que no miramos. Si nos enamoramos del otoño, dice Joaquín, es simplemente porque sus colores se han enamorado del color de nuestros ojos. ¡Y eso es preciosamente cierto!
Contemplar es viajar hacia los colores y descubrir que nuestros sentidos tienen sentido. Conseguimos comprender esto cuando olvidamos lo aprendido y los conocimientos ya no intervienen y empieza nuestro viaje hacia la transparencia donde se disuelven los egos, las distancias, los ruidos mentales, el tiempo…
No hay engaños posibles en la contemplación, ni luchas, ni noticias falsas, ni problemas que resolver; saber que de Natura solo nos llegan comunicados válidos que nos obligan a vivir el aquí y el ahora, es decir, nos anima a vivir el único instante en que tiene lugar la vida ya que el pasado no puede volver a vivirse y el futuro no existe todavía. Creedme cuando os aseguro que contemplar el paisaje desde el momento presente y con los cinco sentidos es penetrar en una dimensión mágica.
Albert Camus dijo: “cuando reconoces la pertenencia a todo eso que miras, escuchas y sientes, empiezas a pertenecerte y a reconocerte”.
Date tiempo, esa es tu mejor herramienta para conseguirlo.
G. C.
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